25 de mayo de 2011

Prohibido Estacionarse

Estos momentos, cuando más estresada y presionada me encuentro, más intento darme a la fuga y la inspiración vuelve… (Seh, fanática del trabajo bajo presión). Por eso, decidí comprometerme a escribir al menos un capítulo por semana de esta historia. En realidad, me sorprende que me anime a publicarla, siendo que quería hacerla hasta que estuviera completa. No es larga, considero que en total serían como unas cincuenta páginas.

Bueno, déjenme darle una presentación nueva: Es un relato homoerótico, que habla de una relación nueva, apasionada, pero haciendo hincapié a que es reciente. Bueno, pues, espero que sea de su agrado y en realidad, no me gusta anunciar lo siguiente, pero es necesario: Registrada bajo derechos de autor. ¡Disfruten! ¡Y gracias y les nace después de esto, dejar un comentario!


PROHIBIDO ESTACIONARSE

Capítulo 1

Éste será mi primer cumpleaños en el que estemos juntos.

Al despertar en la mañana del cuatro de abril, ése fue mi primer pensamiento del día e inevitablemente extendí una sonrisa boba. Sí, hacía poco más de cuatro meses que nuestros caminos se habían cruzado, pero aun así yo era inmensamente feliz. Y no podía evitar tener el sentimiento de que había entrado a una de las épocas más maravillosas de mi vida, si no es que la mejor.

Con eso en mente, llené de energía mi cuerpo, para iniciar un día más de mi último año de universidad. A mis 23 años, apenas tenía tiempo para verlo entre clases, tareas y después el trabajo como mesero que me permitía solventar mis gastos tanto de la escuela como del sencillo apartamento de dos habitaciones en el que vivía, luego de haber decidido por mi cuenta el querer independizarme.

Fue en medio de todo este ajetreo cuando lo conocí. No es un compañero de la escuela, ni del trabajo, ni siquiera un cliente recurrente de la cafetería. Él sencillamente un día apareció en mi vida y se introdujo en ella como si me conociera desde siempre. Sólo llegó decidido a quedarse y comenzó a importarme antes de que yo mismo me hubiese dado cuenta.
Al tener escasa vida social, apenas tenía tiempo de convivir con alguien más que no fueran mis libros y mi computadora, pero existió el día en el que, peleándome por lograr entrar al vagón de un saturado metro, en medio de la multitud que exigía ingresar aun cuando ya no cabía nadie más, lo conocí.

Yo estaba con la espalda pegada a la pared metálica del transporte subterráneo, mirando mi par de tenis de color blanco y negro que colindaban con muchos otros calzados de diferentes especies. Mi mente divagaba constantemente entre un proyecto escolar y el tiempo que debía dedicarle, lo cual en resumidas cuentas me debía dejar con diecinueve horas para dormir en la semana. La cafeína sería vital a lo largos de los días y poco a poco me había acostumbrado a mis irregulares horas de sueño, así que lo último que necesitaba era algo que desorganizara mi vida todavía más, sobre todo cuando me encontraba tratando de ordenarla.

Ahora que lo pienso, quizás hubiese sido una buena idea haberme puesto un letrero en el pecho con la leyenda «Prohibido estacionarse»

No tiene caso ponerme a pensar por qué razón levanté la vista. Probablemente ni siquiera haya una razón, sólo fue algo que hice. Fue en la segunda estación de mi recorrido diario cuando descubrí que no era el único al que le tocaba sufrir el congestionamiento de gente, pues había alguien frente a mí que recargó su mano en la pared para tratar de no aplastarme por los empujones de los demás que entraban y salían.

Era alto, porque cuando alcé mi rostro, encontré una corbata roja mal hecha acompañada por un traje negro. Estábamos a treinta centímetros el uno del otro, sintiendo un calor apremiante a pesar de ser diciembre pero que ya había aprendido a ignorar. Perfeccionista, como lo he sido desde siempre, tenía el deseo de levantar mis manos y arreglar el nudo rojo que se balanceaba de atrás hacia adelante justo frente a mis ojos.

―No te atrevas. ―Tardé más tiempo del planeado en reaccionar, ya que no imaginaba que esa gruesa voz estuviera dirigida a mí. Imaginaba que sólo era un murmullo más de las conversaciones que normalmente se sostenían en el camino. Pese a eso, mis ojos se desviaron a su rostro, uno que no esperaba. Por el traje, tenía el infantil pensamiento de que era un adulto de treinta y cinco años, pero la faz que encontré era de alguien de mi mismo tiempo, quizás sólo unos dos o tres años en superioridad.

Parpadeé varios segundos. No, no me había quedado impresionado por su inmenso atractivo, el cual en realidad ni siquiera era inmenso ―aunque de mi lado no había mucho que presumir tampoco―, lo que yo sentía era sorpresa por tratar de imaginarme si él se había dado cuenta de mis intenciones con el feo nudo de su corbata.

―¿Es… a mí? ―pregunté, mirándolo a los ojos. Él rodó los suyos, mientras el metro hacia una de sus improvisadas paradas que toman con la guardia baja a todos. Nos quedamos en silencio, sencillamente observándonos el uno al otro, como si fuera lo más normal del mundo. El ruido molesto que indicaba la parada en una nueva estación fue el que destruyó nuestra burbuja, pues él desvió la mirada y sin expresión alguna, se abrió paso entre la multitud para bajar del vagón.

De esa manera, él y yo nos conocimos. Y no pude olvidar a la corbata roja mal anudada y al dueño de ella, aunque francamente no esperaba volver a verlo, ya que era sólo una persona más de entre las miles diarias con las que mi camino se cruzaba.

Me equivoqué. Exactamente a los diez días del acontecimiento, yo salía de la universidad en un horario que me permitió tener un asiento del vagón y en el que a los pocos segundos me quedé adormilado con los brazos cruzados sobre mi mochila negra desgastada. Realmente no es algo a lo que se le pudiera llamar como un descanso, pues sentía claramente cada parada en las estaciones y la gente que iba y venía aunque sin tener las ganas suficientes para abrir mis ojos y mirar lo mismos anuncios de siempre.

Sin embargo, fue una tos fuera de tiempo lo que me hizo entreabrir mis ojos… y al hacerlo, estaba nuevamente esa persona frente a mí, pero siendo sincero no lo reconocí a él, sino al poco agraciado nudo de la corbata, aunque ahora era de un color totalmente distinto; era verde oscuro.

Torpemente, me acomodé en mi asiento y lo miré, aclarando mi distraída mente y confirmándome a mí mismo que era el sujeto de la vez pasada. Él pareció también reconocerme cuando me miró a los ojos y sonrió. Obviamente, no tenía ningún espejo enfrente pero aun así supe que la expresión que le dibuje fue como si estuviera sentado frente a un enfermo mental.

―Babeas ―dijo con esa misma voz amenazante, aunque ahora no pude dejar de notar que su timbre de voz podría ser más bien de burla.

Abrí mis ojos completamente, él había conseguido desaparecer todo el cansancio con una palabra que me obligó a llevar la mano a la esquina de mis labios que estaban húmedos y así darme cuenta de que había estado derrochando mi saliva durante el breve trayecto realizado. Me avergoncé, pero era algo que no podría demostrar frente a él.

Al levantar el rostro, él ya no me miraba con su sonrisa burlona. Observaba hacia el vidrio, obviamente pensando en algo, ya que no había paisaje alguno que admirar además de las paredes que te mareaban porque el vagón iba demasiado rápido. De alguna manera sentí que al menos, podría mostrar un poco de educación hacia él, preguntándole si se encontraba bien, aunque por otra parte ¿por qué habría de hacerlo? Ni que yo fuera tan descarado para meterme en la vida de este perfecto desconocido.

Mi cuerpo saltó por inercia cuando sus pupilas atraparon las mías en el momento de estarlo observando y debatiéndome conmigo mismo. Sólo fue eso antes de que él perdiera todo interés en mí y volviera a sus propias cavilaciones, así que opté por hacer lo mismo. Acomodé mi cuerpo una vez más y asegurándome de que no abriría mi boca, cerré los ojos y me perdí en el sueño que ahora, más que por necesidad, era por el deseo de no tener nada en mente y poder relajarme.

Cuando reaccioné, estábamos por llegar a la última estación; me había pasado de mi camino por quedarme dormido. El vagón estaba casi vacío y por supuesto, él no estaba. No me di cuenta de que en ese momento, al despertar, inconscientemente lo estaba buscando. Cuando alcé la mano para cubrir el bostezó que de mi salió, me percaté que en mi mano había un papel. Y yo no recordaba haber traído ningún papel.

Miré la hoja arrugada y descubrí escritos en ella, unos números que vistos con mayor atención eran los de un celular. Y no era sólo eso, también habían unas palabras que decían: «No seas cobarde»

Recuerdo no haber entendido qué había querido hacer, o quizás sí, pero estaba demasiado impresionado como para reaccionar en ese instante. La voz dulce y femenina que pedía ningún pasajero quedara abordo fue lo que me impulsó a levantarme y salir del vagón. Realizando las cosas por inercia, subí escaleras para salir del subterráneo al mundo exterior; recordé entonces que estaba en el lugar incorrecto y bufé. No pretendía volver abajo, decidí que prefería regresarme caminando para mirar lo que había de nuevo a mí alrededor.

Quizás nada nuevo, pero si diferente.

Esa tarde, al abrir la puerta de mi habitación, aventar la mochila a mi escrito y después arrojarme boca abajo a mi cama, aún con el papel que había adquirido en el metro…

…todavía no me daba cuenta de que alguien había tocado a mi puerta y yo, por la simple costumbre de atender cuando llamaban, me había asomado para ver quién era el que había llegado a mi vida a instalarse, sin dar siquiera un aviso de ello.

1 comentario:

  1. ¡Hola! Me ha gustado mucho el principio. ¡PukitChan narras muy bien! Me quede enganchada desde el primer párrafo :).
    Te cuidas muchisimo, y adiós.

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